Desde un principio tuve claro que la premisa en la decoración del altar era conseguir un equilibrio de serenidad que invitara a la reflexión, y que mejor que reencontrarse con el cielo.
Para reforzar esa paz tracé el horizonte que separa el cielo del mar, un mar intenso como nuestro Mediterráneo en el que el agua se convierte en símbolo del Bautismo.
El agua ha pasado por encima de los pies de una familia vestida con sábanas blancas como simbología de pureza. Bajo los pies la arena como parte de la tierra y ésta como simbología de vida y muerte.
La Capilla del Bautismo la concebí como un espacio de quietud y alojamiento emocional.
Con un lenguaje más cercano a nuestro tiempo y con los diferentes materiales he integrado todo un conjunto volumétrico en la arquitectura de la capilla conjuntamente con dos retratos de corte académico y una paloma, símbolo del Espíritu Santo ubicado en el centro de la cúpula, encima de la pica bautismal.
He propiciado que la iluminación interactúe con el conjunto de la capilla dotándola así de un cariz más intimista que nos acerca más al misterio del Bautismo.